lunes, 20 de junio de 2011

Pepinos, Hipotecas y otras Incongruencias.

Tengo la "suerte" de mantener, con menos regularidad de la que quisiera, relaciones epistolares con Vicent Boix (autor de "El Parque de las Amacas", texto que recomiendo especialmente a los pobladores del Poniente Almeriense). El texto que a continuación corto y pego ha salido de su puño y letra, por si vale para que alguien piense...

Hace unos años España empezó a transformarse en una inmensa estepa de color marrón grisáceo, gracias a la expansión atroz de ladrillos y cementos. En la estela de semejante transformación y por inercia se generó riqueza, creció la economía y muchos se subieron en la cresta del “sueño ibérico”. Fueron los años de la España abducida y feliz. De la orgía económica colectiva. Del lujo para hoy escasez para mañana.
Una lapidaria, repetida y mítica frasecita -hoy degradada a la categoría de timo de la estampita- resumiría aquellos alegres años: “Sí, mi casa me ha costado un riñón y parte del otro, pero yo he invertido en una vivienda porque los precios no bajarán, a lo sumo se mantendrán”.

Era el ciclo del pack: hipoteca, más crédito para muebles de diseño, más otro préstamo para un coche guapo, más otro para un viajecito por el Caribe para liberar tanto estrés acumulado. Todo con una nómina. Quién no se atrevía estaba lerdo. Mientras los bancos encantados, que cuando vino la mala “papá estado” ya se encargó del boca a boca revitalizante.

Se comenta esto porque en esa época dorada donde el consumismo adquirió rango de religión y en el estado español se vivía en una tómbola lisérgica de luz y de color, la agricultura y sus agricultores ya estaban en la UVI con encefalograma plano profundo. De hecho, desde hace lustros que el campo está de luto, en horas bajas y tocando fondo. Todo por una bacteria más dañina y peligrosa que la E. Coli, llamada economía de mercado, que ha permitido que multinacionales y grandes intereses económicos se hayan hecho con las riendas de la alimentación mientras ahogan y exprimen al pequeño agricultor y campesino. Una bacteria que ha condenado a la inanición a millones de personas. Que ha transformado la tierra y la vida en un gran negocio donde ya no es preciso generar alimentos, trabajo y futuro, y sí grandes réditos que unos pocos se reparten ante la desazón e impotencia generalizada de los agricultores.

Ante esa bacteria -que se reproduce en ministerios, parlamentos y cumbres de diversos organismos multilaterales- no ha existido esa indignación generalizada que ha surgido ahora ante las decisiones irresponsables, dañinas y precipitadas de ciertos estamentos alemanes ante la “crisis de los pepinos”. El rechazo social ha sido unánime y mucha gente se ha cabreado con el trato recibido, pero me da la sensación que este mosqueo tiene un origen más bien chovinista y patriotero similar al que brotó con la “ocupación de Perejil”, L’Estatut o el codazo a Luís Enrique.

La palma en todo este show se la ha llevado algún que otro medio de comunicación, de esos que, por una parte anuncian las ventajas de comprar la comida a los principales verdugos del agricultor (la distribución moderna y cadenas de supermercados), y que por otra se solidarizan, pepino en mano, con las desgracias de los agricultores ante la vejación recibida. Sin olvidar, por supuesto, el papel del “bipartidiato” que se ha turnado en el poder durante los últimos 30 años, que ahora clama justicia cuando durante años ha hecho oídos sordos a las quejas de una agonizante agricultura tradicional.

Pero, pasarán los meses, la E. Coli se olvidará (hasta que deje más muertos por ahí) y la “crisis de los pepinos” será historia. Y cuando esto suceda la bacteria sistémica del mercado libre seguirá campando a sus anchas para que los agricultores sigan sin cubrir costes, abandonando la tierra y claudicando ante los intermediarios y distribuidores. Todo para que estos últimos se enriquezcan y para que muchos ciudadanos que ahora se rasgan las vestiduras por los agravios que han recibido nuestros pepinos, puedan ahorrarse hasta el último céntimo al comprar un kilo de melocotones y así poder sufragar la hipoteca, los muebles de diseño, el coche guapo, el crucero en el Caribe, las cuotas del gimnasio y la cirugía estética para unos decaídos pechos. Melocotones por cierto, que tal vez se importen de países del sur porque allí los costes de producción son más económicos. De esta forma se machaca a los agricultores que ahora reciben la solidaridad colectiva ante el golpe alemán, mientras en los estados del sur la tierra se destina, no a la labranza de alimentos básicos para sus poblaciones sino a la siembra de cultivos que acaban en nuestros supermercados.

El consumidor ya sabe que la E. Coli es un clásico de los percances alimentarios. Pero hace unos meses fueron los piensos con dioxinas y agroquímicos también hallados en Alemania. Antes saltaron a la palestra las vacas locas, las gripes aviares y los pollos belgas. Ahora ya suena la campana en China con lo que podría ser otro episodio de inseguridad alimentaria y en un mundo globalizado el flagelo puede extenderse sin parar.

Y es que los “avances de la humanidad” no pueden contrarrestar estos incidentes porque predomina un sistema alimentario donde priva el negocio por encima de todo. Un modelo alimentario donde multinacionales y gobiernos apuestan por una agricultura intensiva a base de semillas transgénicas y agroquímicos. Un modelo alimentario donde los ganaderos alimentan a sus animales con piensos de dudosa procedencia. Un modelo alimentario fuertemente dependiente del petróleo. Un modelo alimentario sintético donde los sabores y los olores naturales se han substituido por sus sucedáneos químicos.

Por tanto, que se calmen los ánimos y que se pidan compensaciones pero sin estridencias. La Eurocopa es el próximo verano y los que simpaticen con la selección del deporte rey ya tendrán sus minutos de éxtasis. Quién en verdad quiera apoyar a los agricultores que escape de este modelo alimentario socialmente injusto, sanitariamente nocivo y ecológicamente insostenible. Que adquiera sus alimentos directamente del agricultor o en mercados y pequeñas tiendas de barrio asegurándose la procedencia, la calidad y el comercio justo. Que estos productos sean de temporada y a ser posible ecológicos. Que luche al lado de los campesinos para que éstos reciban precios dignos y no sean saqueados temporada tras temporada. Y si algún día usted ve a un grupo de “indignados” llevarse alimentos de un supermercado perteneciente a una cadena transnacional… no les silbe y apláudalos porque al fin alguien hizo justicia. Recuerde siempre que quién roba a un ladrón tiene cien años de perdón.

domingo, 5 de junio de 2011

Crisis del pepino.

He coincidido con el autor del articulo que reproduzco en alguna charla o encuentro que versaba sobre la Soberanía Alimentaria en éste país. La orientación constante hacia las buenas prácticas agrícolas, tanto en el cultivo como en la manipulación para su envío posterior a los mercados de venta, por parte de los agricultores y las distintas modalidades de comercialización elegidas y presentes en la provincia de Almería; no ha redundado en el fortalecimiento de la posición del primer eslabón de la cadena cual es el agricultor; que por añadidura, es el único que asume todos los riesgos para alimentar a los demás, antes incluso de la siembra. Comparto con Gustavo que el actual modelo de distribución de alimentos, ni es el mas eficiente, ni el mas seguro, ni el mas justo; ni para el agricultor ni para el consumidor. Corto y pego para su difusión y esperando comentarios. Un saludo.

La ‘crisis de los pepinos’ o mejor dicho el brote de E. Coli que afecta al norte de Europa, es una buena ensalada donde se mezclan alarmas, angustias y mensajes de confianza. A la espera de respuestas definitivas sobre sus orígenes, y ahora que tenemos a los pepinos absueltos, me parece imprescindible abrir algunas reflexiones sobre el sistema alimentario global por el que hemos optado en los países desarrollados (y que se ha impuesto a los países del Sur empobrecido).

El sistema en cuestión ha sido diseñado para producir algo parecido a alimentos, a costes muy bajos, tanto económicos, sociales como ecológicos; pero que puedan producir altos beneficios a quienes se dedican a su comercialización. Los alimentos, lejos de considerarlos como una necesidad y un derecho, se entienden como una mercancía sin más. El caso de los pepinos es un buen ejemplo: los esfuerzos para cultivar, regar y cosechar un pepino, representarán para el agricultor o agricultora 0’17 euros por kilo vendido. La población consumidora pagará 1’63 euros por kilo. Es decir, un incremento superior al 800%.

Mercancías con este margen son verdaderos diamantes que recorren el mundo siempre en una misma dirección, la dirección centrípeta: desde las regiones productoras a las poblaciones con más poder adquisitivo. Y pepinos, piñas o panga hacen entonces viajes muy largos, en temporada alta y con muchas ciudades que visitar. Las administraciones ante este mercado, no se plantean revisar el modelo, sino que optan por asegurar y aumentar los controles alimentarios. Pero por muchas medidas que se puedan tomar, y como hemos visto también con las dioxinas, gripe porcina o vacas locas, las crisis alimentarias son insalvables, y las acabamos pagando la población consumidora (que puede enfermar) y la productora (que puede perderlo todo).

Las dimensiones del problema también las hemos de tener en cuenta. Una partida de alimentos industrializados afectada de algún problema de salubridad son miles y miles de unidades contaminantes, aumentando mucho la dispersión y alcance del brote o epidemia.

Por último en Alemania, donde se ha podido percibir cierta descoordinación entre sus autoridades, han obrado tajantemente bajo el principio de precaución, impidiendo el consumo del pepino y otras hortalizas… por lo que pudiera ocurrir. El mismo principio que en cambio siempre queda relegado en otros riesgos alimentarios no agudos pero si a largo plazo, como por ejemplo el consumo de alimentos transgénicos o las nuevas prácticas de nanotecnología. Pareciera que las multinacionales que controlan el sistema alimentario tienen lazos muy estrechos con las autoridades sanitarias que a ellas sí les permiten campar, acampar y cultivar a sus anchas.

A partir de estas reflexiones y otras que se podrían añadir, parece lógico proponer que las medidas políticas en agricultura y alimentación se dirigieran más a revisar el modelo en sí mismo. No podemos resolver estas crisis con más puntos de control, con más tecnología; es un camino equivocado y sin salida. Sin embargo, como dice la Dra. Marta Rivera «la Soberanía Alimentaria, que apuesta por la relocalización de los sistemas agroalimentarios y por modelos de producción campesinos, podría (además de alimentar a toda la población) incrementar también la seguridad alimentaria. Por un lado, los alimentos serían adecuados al contexto cultural, por otro lado, la agricultura campesina, desde el enfoque de la agroecología, favorecería la producción de alimentos sin tóxicos, disminuyendo el riesgo de consumir alimentos contaminados y socialmente justos. Así mismo, el acortamiento de la cadena alimentaria y la reducción del número de intermediarios y transformaciones sufridas por los alimentos disminuyen los puntos críticos en los que los alimentos pudieran ser contaminados».

Y los beneficios quedarían en manos campesinas. Las alarmas sólo servirían para despertarles por la mañana, si el gallo se olvidara de cantar.